Desde que el sueño se hizo evitable, desde que robo momentos al tiempo, escribo mentiras y verdades que no existen y que invento Entonces, rebobino lo vivido como si de una película subtitulada se tratase. Me detengo a contar la historia de un hombre entrado en años, de aspecto bonachón, de piel color aceituna, que pasea su rutina diaria acompañado de una cantarina melódica y metódica que proclama como si vendiese la última pócima que Melquíades ya ofreció a mi Buendía en el espejo de Macondo ; premia a todo aquel que se le acerca con un aleteo de cupones y loterías de papel punteado, con una futura suerte que puede llegar a las nueve de la noche de ese mismo día o cualquier otro día del año, envuelto en una esperanza de mago salvador de desdichas ajenas que no cercanas. Era yo más, mucho más joven, quizás un niño, cuando algunos días vagaba hacia el encuentro esperado por mi, ensimismado por la calle, la calle Rea l, que en su momento me parecía inacabable. Justo antes del inic