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DEL LABERINTO AL 30

Esto que ahora cuento, anidado hace muchos años en el anecdotario ajedrecista de mi memoria, lleva kilómetros de huida sin escape hacia el papel, la tinta no fluye como debiera, y las sinapsis modelan atajos en mis recuerdos para encerrarlos enhebrando surcos dentro de un laberinto que se refugia interminable en el 30.

¿Será letrinas una salida qué a borbotones me permita plasmar esta historia?

Es la primera jornada del torneo, una ilusión tremenda, indescriptible la emoción por comenzar. Conoces o no al rival, es nuevo pero tienes referencias, es alguno de tus amigos para jorobar.
Por aquella época absorbíamos el ajedrez como los alvéolos de un fumador esperan desesperadamente que la última calada no sea la última, y que la sensación de plenitud ante el riesgo merezca la pena.

Allá íbamos en tropel a cualquier torneo que se nos presentara a tiro.

En el Liceo de Merida, una gran cita en una sala poco acogedora; el frío se refugia tras las ventanas, acechando miradas osadas que se aproximan al cristal. Una fila de mesas asociadas, cada una compartiendo un tablero en un lateral de la sala, aguardan ansiosas ante las inminentes batallas que se avecinan.

Configurado el inicio, este abejorreo que revolotea por todos sitios va enmudeciendo y cada cual se apodera de su guarida asignada, y al igual que un baile sorpresa descubrimos la pareja que nos acompañara en dos, tres o cuatro horas.

Me toca jugar de espaldas al salón, algo que detesto, y que añade inseguridad a mis sensaciones.
Un oponente desconocido ocupa mi horizonte, ninguna referencia, si acaso algún amigo se acerca y deposita en mi oído “sin problemas tú a este le ganas”.
Soy de no reflexionar demasiado en la apertura, a no ser que una Benoní atraviese mi corazón y me deje inmóvil, entonces todas las partidas jugadas en el pensamiento se desmoronan como naipes sacudidos por un vendaval inesperado, el rey abatido ante lo que le espera se diluye entre preguntas sin respuestas. Este no fue el caso.

No voy a detenerme en detalles de la partida, os aseguro que es lo de menos. Planteé mi acostumbrado e4, y lo que viniese; de hecho no he vuelto a reproducirla por no dar valor a una batalla que no existió.

Todo el que juega al ajedrez sabe que cada jugador tiene sus tics y manías unas más visibles que otras, algunas imperceptibles a los demás. Que si el caballo de rey mira 10 grados norte, que si el otro inclina 45 grados su visión, que si cruzo la pierna derecha, que si el bolígrafo que me da suerte, que si debo mirar el reloj cada cuatro minutos, que si la planilla tiene que tener un número determinado de dobleces, que si el cubata, que si el cigarro, que por favor la novia de tal no se presente, o que se presente; cada cual con su ritual, necesario para la concentración de uno mismo, y suficiente para distraer al rival. Los hay aparentemente normales, y solo se dedican a jugar.

Mi contrincante en esta partida no tiene nada de especial, el dirá lo mismo de mí, o no. Eso sí, acompaña cada pensamiento, cada instante de la partida, cada movimiento, cada pulsada de reloj, cada aliento frente al tablero, con un sonido inarticulado, repetitivo, un schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh constante, acomodando su mirada tras unas gafas cuyos reflectores aumentan sus ojos considerablemente.


Para mí era algo nuevo, en el silencio cercano que te comparte, que te implica con el enemigo, en ese silenciose apoderó schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, interminable, imperecedero, tortuoso, irrebatible, implacable,serpenteante, atronador, les aseguro que después de diez minutos, aquello aparecía como una experiencia insufrible, no deseable ni al peor de de mis amigos schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, y este soniquete imperceptible dos mesas mas allá había recorrido todos mis sentidos, cómo detenerlo schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, cómo compartir tal nimiedad con los demás, cada cual concentrado en su lucha.

Yo me alejo, realizo mi movimiento casi mecánicamente, y vuelvo a ocultarme tras otra partida. Eso te vale un rato, pero después de poco tiempo, no sirve nada schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, me alejo, desaparezco de la sala, sin embargo, mi cerebro que por iniciativa propia schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, calcándose en la melodía como puto manómetro.

Esto no me enloqueció, aunque había suficientes argumentos para ello.

Atraido como un marinero, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh a este canto de sirenas a media tarde en el desierto de mi partida, me arrancaba de la lejanía y de las excusas para encontrarme con el siguiente movimiento, y el dilema se cernía de nuevo, concentración pero en que, si el tío no calla, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh.

Embarrancado en la silla, sin señales de ayuda, de pronto, como aparecido, un fantasma, uno de mis compañeros de tropelías masculla un siseo de complicidad que hace duplicar mi sensaciones de impotencia.schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh
Eso fue un instante, después de la mirada necesaria, la complicidad añadió un punto de inflexión en esta historia.

No estaba solo, alguien ya fue víctima de esta noria zizaguente y sonora.

Supuso un alivio temporal, “EL NARVÁEZ” se saboreaba un hueso cual perro amarrado, emitiendo schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh como si cada siseo se recreara en cada instante que existía; yo libraba y libro partidas enmudecidas, robaba y robo silencios inventados estirándolos para vivirlos al ciento por ciento, jugaba y juego ciegas entre notas celestiales, y en estos mutismos, devoraba partidas ajenas.

Un nuevo hecho volatilizó mis ensueños, un amigo atravesó la sala, a mi altura detuvo sus pies y como mensajero express dejó un schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, y después vino otro , y después vino otro.

Este recuerdo que por instantes vivo, revivo, alargo en el tiempo, finaliza ya, pero antes la gran y última estrategia, que tras hora y media, atrapó todo mi yo en un único empeño para acallar o al menos aplacar tan enorme sufrimiento schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh; llevar al extremo una de las locuras jamás realizada por este que en letrinas devuelve lo oculto al mentidero, como un poseso siseé, y siseé, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, y siseé, buscando competir con mi rival más allá del tablero, y siseé, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, schhh, y siseé.

Publicado anteriormente en Letrinas 

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