La conocí en un final de verano, tres días sin sus tres noches, no hubo más. Lo que devuelvo a este relato es mitad ficción, mitad invento, pero suficiente como para eternizar un amor que ahora no existe, para edulcorar una historia de máximos y de mínimos, para decorar un ensueño que se repite cada tres de septiembre. Desde el inicio sabemos que los paseos por el parque son kilómetros de viajes a ninguna parte, que los besos robados tras los árboles, locuras locas que recorren cada fibra de nuestras manos discretamente enlazadas, que las noches empiezan a las cuatro de la tarde, cuando te espero seguro de que ésta será interminable. Conversamos de trivialidades, sutilezas y de futuros encuentros bajo los portales de la Plaza Mayor, unas citas que activan la cuenta atrás con fecha de caducidad en el tiempo que no en el sentimiento, que lo nuestro es tan fugaz como el momento, tan perdurable como la Luna. Sin tocarnos, hacemos que nuestros cuerpos sean uno, en una banal armonía qu