Nos citamos sin citas, cada tres días en un cutre local nocturno, con los mismos desesperados personajes contemplando los multicolores alcohólicos que uniformados al gusto del barman decoran el frente escénico. La única regla no establecida pero que consumimos al pie de la letra consiste en seguir siendo auténticos desconocidos más allá de la piel, más allá de las despedidas que nunca se dan. Más despampanante que rubia esconde la sonrisa tras unos labios color “si te he visto no me acuerdo”. Las curvas que mis deseos trazan en su figura recorren su cuerpo en un circuito perfecto como un soneto endecasílabo reproduce los ritmos asonantes y consonantes con la precisión meridiana de Greenwich, pero sin cambios de hora. Después de tres meses y medio compartiendo solamente noches con sus aditamentos, no hemos vuelto a vernos. Miento. Tras veintisiete días, tres horas, cuarenta minutos y diecinueve segundos que han dilatado el tiempo hasta lo imposible, he vuelto a verla. Ella, more