Querida Ariadne, siete horas pasan desde que te marchaste, o son siete días. Desnudo frente al espejo. Sentado en la inmensa cama, la música que tanto te gusta no deja de golpearme con notas impregnadas de tu penúltimo adiós; tus maravillosas locuras escritas en mi espalda y una fotografía en la que ya no te reconozco, me mira desafiante y sugiriendo frenéticas pasiones olvidadas.
Los inesperados y furtivos encuentros en la tercera fase junto a la catedral dormitan en mi cerebro, pero cuando despiertan cada pensamiento que logro detener lleva tu nombre . Te dejaste tu peluche favorito, y la ropa interior color despedida colgada de la lámpara de la habitación, aquellos enormes pendientes que te regalé aterrorizados en el suelo, inmóviles tras la bronca.
Esta vez, mi deseo es que no vuelvas.
Esta vez, mi deseo es amarte en otros cuerpos, en otras caras, en otros sueños.
No vuelvas, que te espero.
Esta vez, mi deseo es que no vuelvas.
Esta vez, mi deseo es amarte en otros cuerpos, en otras caras, en otros sueños.
No vuelvas, que te espero.
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