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Nelson Rodrigues

Un hombre cercano a la treintena cierra bruscamente la puerta de su apartamento.

Como epílogo deja una obra contada que no escrita, adornada de retales y medias verdades que se alimenta desde aquí, aletargada como la crisálida que madura entre murmullos de silencios, en el final de esta metamorfosis impaciente y desordenada, desde la mentira más cierta, desde la cripta que evoca todo aquello que somos, rescato para plasmar y contar a los vientos, a cada uno de ellos que jamás ha dejado de existir esta historia más allá de la imaginación.

Septiembre. El final del verano expira resignado a diluirse entre las prematuras lluvias otoñales que limpia la cara a las aceras y farolas, las atrevidas gotas se persiguen unas a otras hasta agruparse en los iniciales charcos que las alcantarillas menguan sin miramientos.

En una mediana ciudad portuaria, un hombre cercano a la treintena cierra bruscamente la puerta de su apartamento.

Se llama Nelson Rodrigues. Dirige una agencia de tour operadores en el aeropuerto, y algunos domingos escapa a la montaña, empujado por el deseo de respirar aire puro, desconectar de lo urbano, y aparcar el reloj de pulsera en un cajón sin itinerario.

Optimista hasta la médula, termina una relación inacabada de once meses con una atractiva portuguesa del continente, después de compartirse en el polvo y en la piel durante los fines de semana de cada mes. Este último ya solitario, cierra bruscamente la puerta de su apartamento.

Cinco meses y medio antes, había realizado un viaje con un amigo a Centroeuropa, a la primaveral Praga. 

André un compañero de estudios de la universidad, contratado por una multinacional de productos de higiene personal masculina, es un recién divorciado. Los dos como amigos inseparables en otros tiempos, pero distanciados en millas de océanos, aprovechan este “deja vu” de cuatro días para compartir juergas y olvidar resentimientos. 

Tras unos días de ojeras. desvaríos edulcorados por el alcohol, locuras con desconocidas de hermosos nombres y propuestas de “te acuestas o trabajas”, el vuelo de vuelta cambia la vida de Nelson para siempre.

La noche antes, Nelson impulsado por André, se arroja al juego de divisar lo que el futuro puede depararle, se anima a adivinar su tiempo en el tiempo en una cita con una pitonisa, mitad puta, mitad bruja, y alma de yo no te miento. 

Un mensaje en el en el aseo de la cabina del avión de regreso añade credibilidad a tan inverosímil encuentro, “Nelson en cuatro meses, muerto”. 

Con el corazón en la boca y el pulso desbocado, el sudor abriéndose destino en cada poro de su cuerpo, guarda silencio por temor a dar valor de cierto, a lo incierto. 

Al llegar a Lisboa, Nelson y André se despiden. No vuelven a verse más.

Esa actitud positiva ante la vida, ante el trabajo y la gente, se traduce con el tiempo en cierto descontrol e inseguridad, las pesadillas disfrazadas de sueños repetitivos se hacen frecuentes hasta el punto de obsesionarse. 
Una temible burla terrible y plomiza que va haciendo mella en todo su ser vital y psicológico. 
Da sentido a cada suceso de su alrededor acogiéndose a una empatía enfermiza que hace suyo todos los miedos, los fundados y los infundados, los visibles y los invisibles...


Una nota sin acuses y sin recibos,-cuando Nelson aterrorizado hermético cierra la puerta de su apartamento, descansa aliviando la espalda sobre la pared asegurando que nadie entrará tras él, cueste lo que cueste-, a sus pies a modo de anuncio en periódico proclama: “se busca joven para morir esta noche, o cualquier noche”.
Faltan seis días para la fecha que lleva grabada como fuego de miedo en su pecho deshoje acelerado margaritas con pétalos que emiten una melodía con sabor a caducidad manipulada, y ponga fin a lo que cuento.

Toda una serie de hechos coincidentes y verosímiles suceden desde que Nelson silencia su conversación con el “espejo parlante” del avión, hasta este último anuncio que ahora cuelga de la pared del salón convertida en un collage de caras, fotografías, esquemas inacabados, ridículos dibujos distorsionados, notas, recortes, publicidad buzonera.

Emergen sus sensaciones más atávicas, los prejuicios y los juicios se acrecientan, como tratando de explicarse en esta cábala que arrolla a modo de tsunami los últimos minutos vividos de los finales cuatro meses, porque así los siente, no hay recuerdos, no hay pasado, todo es fresco y del día, un día de la marmota sádica que se repite interminable hasta que la fecha marcada volatilice una agonía que se plantea como única vía de escape para escapar. 

Le duele tanto el dolor incomprensible que anuda nudos de garganta, que aprisiona las mariposas del estómago devolviéndolas a su estado larvario para que vuelvan a sufrir un proceso continuo de crecimiento y decrecimiento, que vomitar sangre premeditado con voracidad se ha convertido en una rutina desesperante que puede marcar lo definitivo; es tal la indefensión que padece, que una vez aprendida, desea con ahínco que los sueños se repitan, que las pesadillas aparezcan a la hora determinada, que la figura distorsionada que le acompaña se embrutezca aún más, que la mirada en la que no se reconoce aparezca en todas las caras que le persiguen.

Marcela, ex novia, saturada de llamadas que no descuelgan el teléfono, preocupada por Nelson, se presenta el día D, la hora H en el punto donde todo dio comienzo, delante de la puerta del apartamento.

Nelson desdibujado, en fase terminal de sí mismo, perseguido por sombras, decide entre arrebatos y luces dar por concluido tanto sufrimiento...

...ahora me presento, éste que juega con las palabras para dar sentido a una vida sin sentido, para redirigir los pensamientos y la ausencia de ellos, para detener el ritmo del verso y refugiarme en la prosa, para tomar licencias prohibidas en giros imposibles, para contar lo que no quiero contar, para gritar verdades increíbles, para imaginar finales apoteósicos, para llorar ríos secos de lagrimas, para finalizar lo concluso, para atajar por la tangente, para dejar las cosas como empezaron, para gritar lo imaginado desde la soledad absoluta, ahora yo, para finalizar en varios caminos con un mismo final:

  • Nelson entre arrebatos y luces da por concluido tanto sufrimiento... se tira por la ventana del décimo piso, y continúa “viviendo” durante trece años atado a tubos asistenciales. Marcela retoma sus llamadas en monólogos terminales que desaparecen con el tiempo.

  • Nelson entre arrebatos y luces da por concluido tanto sufrimiento... abre la puerta a Marcela, pero ella no existe es solo producto de su imaginación. Es cierto que se dedicaba al turismo, pero una intoxicación alimenticia deliró su cordura en persecuciones sin sentido y alucinaciones traviesas. No vive en ningún apartamento, permanece recluido en un centro psiquiátrico de la capital portuguesa. Los lunes de cada semana le visita un amigo de hace años, al que no reconoce. Se llama André.

  • Nelson entre arrebatos y luces da por concluido tanto sufrimiento decide... sufrir lo indescriptible, en un proceso meticuloso arranca su piel de los muslos, después deja al descubierto los antebrazos, realiza marcas de guerra en su rostro, con un estilete daña sus rodillas de estigmas inventados. Se detiene ante las voces de mujer que asoman en el pasillo, se arrastra unos metros, tropieza y viene a clavar su cabeza en el infortunio de un mueble colonial, cuya esquina le mata junto a la puerta. Marcela o no, clama despavorida ayuda mientras traza corazones rotos con la sangre que espesa circula recorriendo caminos nunca surcados por debajo de la puerta. André, en un evento casual conoce a Marcela, se casan, pero a los seis meses se divorcian, porque tres aparecen como una multitud.
    Nelson, despierta tras su noche más larga, se ducha y se va a trabajar al aeropuerto en una jornada que le espera maratoniana.

  • Nelson entre arrebatos y luces da por concluido tanto sufrimiento decide...

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