En lo más alejado de los demás, en lo más escondido, ya casi rozando el olvido, aquello que oculta el tuétano de la memoria, pululan imágenes imborrables que como fantasmas en busca de castillo medieval gritan para que alguien las acoja. Deambulan esperando reproducirse en situaciones similares en las tuvieron origen, en tesituras contradictorias, en momentos trascendentes e insustanciales. Y sin saber por qué, manifiestan su existencia como los naipes de una baraja deseosos de mostrarse en la palestra impulsados por los precisos malabares de un experto crupier.
Atrevo a desnudarme ante el espejo del miedo a desnudarme, al vacío que supone ser accesible, a palparme insignificante, a sentir como un grito que pretendiera alcanzar la gloria envuelto en la desesperación de un descontrolado huracán.
Una interminable escalera que subo ayudado de mis manos de tres años, con el vértigo a caerme y el temor de que sea inalcanzable la llegada a casa.
Esos mismos tres años mimetizados por los colores que desprende un tiovivo incansable en su recorrido rutinario, fugaz lo atrapo pero vuelve a pasar una y otra vez ante mi estática mirada.
Recuerdo sin poner caras, sin poner palabras, sin poner silencios, el dolor de no comprender las lagrimas de madre, de madre sin consuelo. Arropado entre las faldas de mi hermana mayor, el dolor que viaja hasta hoy con la misma intensidad del momento.
Mi primer día de clase fue una experiencia tan gratificante que vuelvo al limbo de la felicidad pasajera cada vez que quiero que los momentos sublimes sean eternos.
Una vez que monté a caballo, bueno me subieron y estás quieto, todas las referencias espaciales hasta entonces perdieron su valor, ante el mundo asombroso que se divisaba en esta nueva dimensión del alrededor en movimiento.
Una tarde en el parque frente a casa, disfrute impasible con la tremenda lluvia que caía amontonando charcos y ríos imaginarios. Protegido por un minúsculo paraguas paseando en un universo vacío, y en el que deseaba que el cielo detenido enviara gotas de lluvia durante horas.
¡Estás más buena que el pan! exclamo, días atrás mi amigo de rizado pelo de patio de sexto de e.g.b a la maestra de primero; expulsado estuvo hasta que me lo contó. Me llevé todo el recreo, todos los recreos del curso desesperado buscando el pan por todos lados, y sigo buscándolo.
Atrevo a desnudarme ante el espejo del miedo a desnudarme.
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