Bajas del autobús. Te espero al otro lado de la acera de la tercera línea de un guión, para abrazarte después de cientos de párrafos en blanco sin vernos.
Contengo el curso de los acontecimientos con el mágico poder del que escribe, para no soltarte de un breve encuentro, para contemplarte llegar en un trayecto de veinte pasos sin término.
Sonríes inmensa de una emoción que disimulas bajo unas gafas de pasta color barniz “más Dolce que Gabbana”.
Escribo aventuras devorándonos en el sexo y el seso sobre interminables campos de maíz, nubes a ras de suelo, envueltos en olas terciopelo azul.
Entonces, el ineludible regreso a la tinta en el papel que agota sus reservas sin remedio.
Empiezo a olvidarte atrapado en el primer beso de una fotografía pintada a acuarela, ese que nos dimos en la puerta del autobús, a cientos de kilómetros es lo que recuerdo.
Te alejas tras los cristales, me detengo al otro lado de tu corazón en la enésima línea de un borrador, para pasear nuestra pasión fugaz por cielos sin estrellas, por mares sin olas, por desiertos sin arena.
De nuevo el control descontrolado, a miles de leguas submarinas, tu mirada desnuda mis deseos de poseerte; cómplices de tu quimera, que es la mía, jugamos frente al espejo, con decorados de lunas sin decrecientes, caminos de caramelo , azoteas en rascacielos.
En esta línea final irremediable tu partida.
Inevitable mi vuelta.
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